Un día, sin pensarlo me enfrasqué en la
experiencia más increíble del mundo: mi propia vida. Convencida de la
importancia de lo que estoy haciendo para alguien muy especial, no lo pensé
demasiado. Dios me había dado desde que nací esa sutil particularidad de
percibir, de sentir y de expresar a mi manera –así como cada quien tiene la
suya y como también cada uno tiene sus propios talentos–. Recorrí las etapas de mi
desarrollo con la intensidad de cada momento, disfrutando de una niñez plena,
llena de imaginación y una adolescencia repleta de sueños. Ésta es una historia
feliz, de grandes aprendizajes, es una historia inspirada por un gran amor, de
los más sinceros, de los más inmensos, el que no se descubre en un abrir y
cerrar de ojos. El camino de la vida me hizo transitar por ese amor constante y
ascendente: a los otros, a mis sueños, a mi historia, a mi sangre, a la vida, a mí
misma, amor adolescente y amor maduro. Incluso cuando en el transcurso de mis
años me topé con él ni siquiera advertí la magnitud del amor que me faltaba por
sentir.
Cuando miré por primera vez a los ojos
al hombre con quien en el futuro engendraría un hijo, yo aún no lo sabía, aún
no imaginaba que junto a ese hombre daría vida al amor más puro que podría
experimentar; pero Dios y el universo sí conocían ese hermoso desenlace. Ese hombre y yo, ajenos a lo que venía, jugamos a enamorarnos y a
desenamorarnos en repetidas ocasiones. Fuimos devorados por la pasión y también
corrimos detrás de nuestros sueños en direcciones opuestas, sin saber que había
un hilo invisible que nos hizo encontrar el camino de vuelta al lugar a donde
pertenecíamos. Un día lejano, el que tuvo que ser, la semilla de la vida se
sembró en mi vientre como un milagro lleno de esperanza; aun cuando la
esperanza tenía bastante tiempo desaparecida, y allí se quedó germinando
lentamente, dando amor y sonrisas desde su más tierna edad. Supe de él en
invierno, se fortaleció en la primavera, llegó a mis brazos en verano y en
otoño comenzó a mostrar la esencia de la que estaba hecha su alma. Ese pequeño
ser que irrumpió en nuestras vidas con su actitud tajante, alegre y poderosa, nos enseñó que no sabíamos nada y que a la vez poseíamos la llave para
descubrir todos los secretos; nos demostró que éramos capaces de llegar mucho
más allá de nuestros sueños con tal de edificar las bases sólidas para su futuro.
Ésa era la verdad sobre el amor que aún nos faltaba por conocer, la que nos hace:
Ésa era la verdad sobre el amor que aún nos faltaba por conocer, la que nos hace:
-llorar como lo hacíamos cuando ése era
nuestro único medio para comunicarnos,
-gritar hasta sentir el pecho inundado de
la emoción más sorprendente,
-reír a carcajadas demasiado fuertes para
no explotar de tanta felicidad,
-sentir total plenitud cuando escuchas sus
carcajadas eufóricas,
-experimentar una paz indescriptible cuando
te abraza o lo observas dormir abrazado a su almohada con miles de sueños,
-y asombrarnos porque la magia existe en
ese pequeño ser, y sólo ese hombre y yo podemos apreciarla.
P.D.: Dios nos dio a todos los padres la posibilidad de descubrir la
magia de esas criaturitas que llegaron a nuestras vidas para quedarse: nuestros
hijos. Apreciarlo como el amor más sublime depende de cada uno de nosotros.
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