miércoles, 22 de octubre de 2014

El amor más inmenso




Un día, sin pensarlo me enfrasqué en la experiencia más increíble del mundo: mi propia vida. Convencida de la importancia de lo que estoy haciendo para alguien muy especial, no lo pensé demasiado. Dios me había dado desde que nací esa sutil particularidad de percibir, de sentir y de expresar a mi manera –así como cada quien tiene la suya y como también cada uno tiene sus propios talentos–. Recorrí las etapas de mi desarrollo con la intensidad de cada momento, disfrutando de una niñez plena, llena de imaginación y una adolescencia repleta de sueños. Ésta es una historia feliz, de grandes aprendizajes, es una historia inspirada por un gran amor, de los más sinceros, de los más inmensos, el que no se descubre en un abrir y cerrar de ojos. El camino de la vida me hizo transitar por ese amor constante y ascendente: a los otros, a mis sueños, a mi historia, a mi sangre, a la vida, a mí misma, amor adolescente y amor maduro. Incluso cuando en el transcurso de mis años me topé con él ni siquiera advertí la magnitud del amor que me faltaba por sentir.
Cuando miré por primera vez a los ojos al hombre con quien en el futuro engendraría un hijo, yo aún no lo sabía, aún no imaginaba que junto a ese hombre daría vida al amor más puro que podría experimentar; pero Dios y el universo sí conocían ese hermoso desenlace. Ese hombre y yo, ajenos a lo que venía, jugamos a enamorarnos y a desenamorarnos en repetidas ocasiones. Fuimos devorados por la pasión y también corrimos detrás de nuestros sueños en direcciones opuestas, sin saber que había un hilo invisible que nos hizo encontrar el camino de vuelta al lugar a donde pertenecíamos. Un día lejano, el que tuvo que ser, la semilla de la vida se sembró en mi vientre como un milagro lleno de esperanza; aun cuando la esperanza tenía bastante tiempo desaparecida, y allí se quedó germinando lentamente, dando amor y sonrisas desde su más tierna edad. Supe de él en invierno, se fortaleció en la primavera, llegó a mis brazos en verano y en otoño comenzó a mostrar la esencia de la que estaba hecha su alma. Ese pequeño ser que irrumpió en nuestras vidas con su actitud tajante, alegre y poderosa, nos enseñó que no sabíamos nada y que a la vez poseíamos la llave para descubrir todos los secretos; nos demostró que éramos capaces de llegar mucho más allá de nuestros sueños con tal de edificar las bases sólidas para su futuro.

Ésa era la verdad sobre el amor que aún nos faltaba por conocer, la que nos hace:
-llorar como lo hacíamos cuando ése era nuestro único medio para comunicarnos,
-gritar hasta sentir el pecho inundado de la emoción más sorprendente,
-reír a carcajadas demasiado fuertes para no explotar de tanta felicidad,
-sentir total plenitud cuando escuchas sus carcajadas eufóricas,
-experimentar una paz indescriptible cuando te abraza o lo observas dormir abrazado a su almohada con miles de sueños,
-y asombrarnos porque la magia existe en ese pequeño ser, y sólo ese hombre y yo podemos apreciarla.

P.D.: Dios nos dio a todos los padres la posibilidad de descubrir la magia de esas criaturitas que llegaron a nuestras vidas para quedarse: nuestros hijos. Apreciarlo como el amor más sublime depende de cada uno de nosotros.

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